Texto: Agapito Modroño, Carlos Belloso, Virginia Hernández, José María Collazos, Eva Martín, Teresa Rodríguez, Epifanio Romo, Carmen Navarro, Pilar Pérez y Carlos Badás
Hace 500 años el territorio era escenario de la primera rebelión contra el poder que oprimía al pueblo. La historia se ha encargado de señalar la Revolución Francesa como el inicio de la Edad Contemporánea y como la primera insurrección del pueblo. Pero, quizás, lo justo sería decir que la Edad Moderna empezó con la rebelión comunera y se reconociera aquel movimiento como la primera revuelta del pueblo y la Francesa, como la segunda.
Este23 de abril se celebra un acontecimiento histórico importantísimo, no solo para Castilla y Campos y Torozos, sino, para el mundo entero. Se conmemora la demostración palpable de que se puede luchar por la justicia; y también, que cuando se lucha por algo justo, ni la muerte mata las ideas. Juan Bravo, Padilla, Maldonado, y tantas comuneras y comuneros, dieron su vida, pero no fueron derrotados. Sus ideas han llegado a nuestros días, esa es su victoria, esa es la fiesta que celebramos. No celebramos una derrota, celebramos una gran victoria.
Pero antes de todo ello viajamos a la Flandes de 1516. Entonces, por el testamento de su abuelo, Fernando ‘el Católico, Carlos I se autoproclama con tan solo 16 años Rey de Castilla, Navarra y Aragón, la actual España, y otros muchos territorios pertenecientes a las coronas de Isabel y Fernando; sin olvidar aquellas tierras que se descubrían y conquistaban en el Nuevo Mundo el segundo hijo, detrás de Leonor, de Juana I de Castilla y Felipe, ‘el Hermoso’, Carlos I. Tenía 16 años.
Al año siguiente, el ‘belfo’ Carlos desembarca en Tazones (Asturias). Junto al monarca viajan un número séquito de nobles y clérigos flamencos, sin tan siquiera chapurrerar algo de castellano. Asimismo, desde la muerte de Fernando hasta la llegada a Castilla del joven, se encarga de la regencia del Reino el Cardenal Cisneros, pero fallece poco después de la llegada del nuevo Rey. La corona le pertenecía a su madre Juana, quien víctima de la ambición de su padre, Fernando, y de su marido, Felipe ‘el Hermoso’, y de su propio vástago -quienes se habían repartido los papeles en el tratado de Villafáfila permanecía, ya encerrada en Tordesillas.
Carlos I comienza a nombrar a sus acompañantes extranjeros como principales cargos del Reino. Entre los más escandalosos se encuentran el de regente general, al Cardenal Adriano de Utrecht; y como Arzobispo de Toledo, a Guillarmo de Croix, de 20. Comienza el descontento entre las élites castellanas. Así se lo manifiestan en las Cortes reunidas en Valladolid en 1518.
Es entonces cuando surgen grupos de castellanos sublevados, que se constituyeron en Juntas comuneras, para esgrimir su oposición política a las formas de gobierno de Carlos I. Reclamaban que el monarca residiese en Castilla y limitar su poder, exigiendo que no se diesen más cargos a los flamencos que le acompañaban. También hubo reivindicaciones sociales, para no perder algunos de sus privilegios. Y en todo este conflicto hubo un importante trasfondo económico, al reclamar que Carlos I no utilizase los impuestos de Castilla en empresas internacionales.
Tras el fracaso de las Cortes en Santiago de Compostela en abril de 1520, Carlos I consiguió en la siguiente convocatoria de Cortes en La Coruña obtener un nuevo servicio que le permitiese sufragar los gastos de su viaje a Alemania. Allí obtuvo el impuesto extraordinario y el 20 de mayo se embarcó rumbo a Aquisgrán para ser coronado Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, dejando como regente de los reinos hispánicos al flamenco Adriano de Utrecht.
La muy floreciente economía castellana con los Reyes Católicos, había entrado en recesión a causa de pestes, sequías y hambre… De manera que no estaban los castellanos en condiciones de prestar mayores impuestos. A pesar de ese -no alarmante- retroceso económico, en las dos mesetas y valles andaluces se concentraba el 77 por ciento de la población y la riqueza peninsular, basada en el trigo, la lana (en competencia entre ambos que dirimía la Mesta en favor de las ovejas), y el vino. Tierra de Campos tenía una densidad de población de 26 h/Km2. Medina de Rioseco, cabeza del Señorío del Almirante don Fadrique Enríquez de Velasaco, contaba con 11.310 habitantes. En ciudades y villas se había creado una importante industria textil, de curtidos o cerámica, y cuyos promotores y propietarios empezaron a engrosar la relevante clase media.
SE PROPAGA LA REVUELTA COMUNERA
Tras la marcha del Monarca hacia Alemania, Toledo fue la primera ciudad en sublevarse a finales de mayo. Comenzaron entonces a denominarse a la insurrección como Comunidad. A medida que fueron regresando los procuradores que habían votado conceder el servicio que reclamaba el rey, los disturbios se extenderán rápidamente por la Corona de Castilla. Segovia fue el lugar donde se produjeron los incidentes más violentos, ajusticiando el 29 y 30 de mayo a dos funcionarios y al procurador Rodrigo de Tordesillas que había concedido el servicio en nombre de la ciudad.
Las Comunidades consiguieron reunir en Ávila a cuatro ciudades con representación en la Cortes (Toledo, Segovia, Salamanca y Toro) y redactaron la conocida ‘Ley Perpetua del Reino de Castilla o Constitución de Ávila’, considerada por algunos autores como el primer proyecto, en España, de una constitución política, que nunca llegaría a ser firmada por la reina Juana I de Castilla.
Mientras, en Segovia fue donde se libró el primer gran enfrentamiento entre comuneros y realistas. Cuando el ejército realista del alcalde Rodrigo Ronquillo hostigaba duramente a la ciudad impidiendo su aprovisionamiento en castigo por el reciente asesinato del procurador segoviano, los segovianos y su líder, Juan Bravo, recibieron refuerzos de Toledo y Madrid, con el envío de milicias capitaneadas por Juan de Padilla y Juan de Zapata, que consiguieron la primera gran victoria sobre las fuerzas partidarias del rey.
Adriano de Utrecht, regente de Castilla, movilizó las escasas tropas que había podido levantar en Valladolid y se reunió con Ronquillo en Arévalo. Su objetivo era apoderarse de la artillera real resguardada en Medina del Campo, para bombardear Segovia. Los medinenses los reachazan. Como amenaza Ronquillo ordena incendiar alguna vivienda, pronto el fuego prendió en la mitad de la ciudad.
Mientras tanto, ante la nueva situación de inestabilidad que se estaba generando en Castilla, y la pérdida de algunas rentas reales, Carlos I decidió emprender nuevas iniciativas políticas a través del Cardenal Adriano. Anuló el servicio concedido en las Cortes de La Coruña-Santiago y nombró dos nuevos gobernadores: el Condestable de Castilla, Íñigo de Velasco, y a Fadrique Enríquez de Velasco, IV Almirante de Castilla, que consiguieron atraerse el apoyo de los nobles, preocupados por el movimiento antiseñorial que se estaba produciendo.
En la mayoría de ciudades y villas castellanas se iban formando Juntas y cundía la rebelión. Se organiza el primer ejército comunero a las órdenes de Juan de Padilla. El 29 de agosto de 1520 toman Tordesillas, importante villa en la que, además, residía cautiva la reina Juana I de Castilla, acompañada de su sexta, póstuma hija, la niña Catalina de Amsburgo, en la que los Comuneros habían puesto todas sus esperanzas. A esta villa comienzan a llegar representantes de cada una de las ciudades para formar la Junta General del Reino, órgano supremo de la rebelión comunera: la Santa Junta.
En repetidas ocasiones representantes de la Junta se entrevistan con doña Juana I con la idea de que ella se uniera a la causa comunera, quienes harían valer su derecho a ser la reina de Castilla, y ellos sus súbditos. Mientras los comuneros estuvieron en la villa del Duero –a pesar de que sus condiciones mejoraron e incluso pudo salir de su castillo- se negó a firmar disposición alguna que fuera en contra de su hijo, Carlos I. Al final pasaría 40 años más, hasta su muerte a los 76, encerrada y maltratada.
En octubre de 1520 la Junta General, por ciertas discrepancias con Juan Padilla, e intentando atraerse el favor de los nobles, nombra en Tordesillas capitán general de sus ejércitos, a un sobrino materno del Condestable de Castilla, llamado don Pedro Téllez Girón de Velasco, que era tercer conde de la villa de Urueña.
Realistas y Comuneros comienzan a reclutar soldadesca, no entrenada en las artes de la guerra, principalmente los infantes comuneros.
REALISTAS, EN RIOSECO; Y COMUNEROS, EN VILLABRÁGIMA
En noviembre de 1520 el grueso del ejército realista se acantona en Medina de Rioseco, con toda la nobleza a la cabeza. Sus tropas cuentan con 6.500 infantes y 2.200 caballeros. A una legua al suroeste, en Villabrágima, y al mando de don Pedro Girón, se encuentra el ejército comunero, que engrosa sus filas con cerca de 9.000 infantes y 900 caballeros, con mucha y más abundante artillería.
Los dos ejércitos se vigilan, se temen y rehúsan el enfrentamiento total; los encuentros, las infructuosas negociaciones son constantes. Sin hostigarse mutuamente pequeños destacamentos de comuneros toman Villafrechós, de cuyo convento de clarisas contemplativas, es abadesa Ana Téllez Girón de Velasco, hermana del capitán comunero. Asimismo, se hacen también con Tordehumos, Villagarcía de Campos y Urueña. Por su parte, los realistas ocupan Mota del Marqués, San Pedro de Latarce, Castromonte y Torrelobatón.
Entre tanto, el obispo de Zamora, Antonio de Acuña, al frente de una tropa f
de 300 caballeros -todos ellos clérigos- sembraba el terror por las villas Señoriales de la palentina Tierra de Campos, hasta que fue llamado a Villabrágima.
DE VILLABRÁGIMA A VILLALPANDO
Con el despertar de los primeros rayos de sol en la mañana del 3 de diciembre – y ante la sorpresa e incredulidad de los señores, prácticamente sitiados en Rioseco- el ejército comunero, comandado por don Pedro Girón abandona el sitio y emprende viaje hacia una plaza fuerte del Condestable, su tío don Iñigo Fernández de Velasco: la murada y fortificada villa de Alpando, como a seis leguas al Oeste. El pretexto fue la escasez de víveres en Villabrágima, y la abundancia de éstos, y aposentos en Villalpando.
En su camino reclutan voluntarios a su paso por Tordehumos, Pozuelo de la Orden, Cotanes del Monte. El más relevante Juan Ruiz Maladino, de Cabreros del Monte.
Hasta entonces, Villa Alpando no se había declarado comunera. Su alcaide, alcaldes y regidores seguían obedeciendo la autoridad del monarca; si bien, una familia de ‘ricos homes’ había surgido en la figura de Bernardino de Valbuena, un líder comunero, que había conseguido reclutar a unos 30 caballeros, con los que acudió, llamado por Acuña, a Zamora para derrotar al Conde de Alba de Liste, y poner la ciudad al servicio de la Santa Junta. Tras ello, regresa por Toro, con el dicho Obispo y su tropa a Villabrágima.
De este importante capitán comunero villalpandino no había noticia histórica hasta que los historiadores Tomás López Muñoz y Ángel Infestas Gil, encontraron en el Archivo Histórico Nacional las ACTAS del proceso, (juicio) seguido, en rebeldía, contra dicho Bernardino.
Prologado por Ángel Infestas, el profesor Tomás López publicó el libro ‘Proceso contra el comunero de Villalpando Bernardino de Valbuena’, en el que transcribe todas las actas de las declaraciones de todos los testigos en el largo proceso que tuvo lugar en el otoño de 1521.
Unas actas que nos trasladan al Villalpando del siglo XVI, un recinto amurallado de perímetro ampliado con muralla de tapial sobre el siglo XII, y cuatro puertas de entrada, dentro del contorno de las, todavía, actuales “Cercas”, surcadas por el antiguo foso, por el que corría el agua. Fuera del recinto estaban el arrabal de Olleros, algunas ermitas y posadas.
Qué fácil imaginarse al capitán comunero, ya de noche, golpeando, con el pomo de su espada, los maderos del portón de San Andrés. El alcaide Bañuelos se resistía a la apertura, al no estar seguro de quién llamaba. Oíd lo que dijo Girón:
– «¡Abrid ese postigo e sacá esa hacha acá e conocerme héis!».
– «¿De parte de quién veniedes?»
– «Con Bernardino de Valbuena de parte de la Santa Junta Comunera»
– «Pasad pues»
Los goznes chirriaron. Unos 200 caballeros encabezados por Girón, Acuña y Valbuena, irrumpieron en la villa, con mucha algarabía de trompetas y atabales, recibidos con desbordado entusiasmo y aclamaciones de todos sus moradores.
LEVANTAMIENTO DEL CERCO A RIOSECO
No pierden tiempo los nobles y realistas. El 4 de diciembre inician la marcha hacia Tordesillas. De camino van ocupando las plazas abandonadas por don Pedro Girón. Solo en Villagarcía encuentran un escasa resistencia. No así en Castromonte, Peñaflor de Hornija y Torrelobatón.
El día 6 de noviembre de 1520, tras seis horas de combate contra la guarnición comunera, y 60 muertos, los realistas toman Tordesillas, que sufre el pillaje de los mercenarios reales. La pérdida de tan importante villa desmoralizó a los comuneros. En Villalpando, el obispo de Zamora, Antonio de Acuña, llega a acusar a Pedro Girón de traidor. Malhumorado se retira con sus 300 clérigos-soldados, a Toro, desde donde regresa a Toledo.
Por su parte, Girón, abrumado por las críticas o porque ya había cumplido su misión, dimite. El 15 de Noviembre parte, con sus caballeros, de Villalpando a sus dominios de Burgos. Tres años después, en la invasión francesa a Navarra, combatiría al lado del ejército imperial y así obtendría el perdón de Carlos I. Pero traidor o no, su retirada a Villalpando fue un hecho determinante en la derrota comunera.
Asimismo, Juan de Padilla, desde Toledo, vuelve a comandar a las huestes comuneras, aunque los realistas se habían asentado en el lugares amurallados como Tordesillas, Rioseco, Tiedra, Villalonso, Torrelobatón, Urueña, Villagarcía, San Pedro de Latarce, y Tordehumos. Por su parte, los comuneros conservaban en su poder todas las ciudades y villas importantes.
La mañana del 21 de febrero de 1521, los vecinos de San Pelayo despertaron con el trajín de mensajeros que a todo galope atravesaban el Camino Real que sube hacia el monte, rumbo a Medina de Rioseco. Advierten del inminente ataque comunero contra la fortaleza de Torrelobatón, propiedad del Almirante de Castilla y conde de Rioseco. Tras la pérdida de Tordesillas, el movimiento de Padilla sorprende a las fuerzas realistas, pues implica no solo cortar las comunicaciones entre Rioseco y la villa del Duero, en cuyo monasterio de Santa Clara vive recluida la Reina Juana, sino que es un golpe decidido contra la autoridad de uno de los grandes señores, el Almirante Fadrique Enríquez, quien junto al Condestable de Castilla ha sido encargado de terminar con las Comunidades por orden del propio rey y emperador electo, Carlos de Habsburgo.
Los Comuneros se hicieron fuertes en Torrelobatón, protegidos en su castillo y por sus murallas. Mientras, las tropas realistas comienzan a reunirse en Peñaflor de Hornija bajo el mando del Condestable de Castilla, Iñigo Fernández de Velasco, a muy poca distancia de Torrelobatón.
El 21 de abril llega el Condestable a Peñaflor de Hornija. Allí le esperaban el Almirante don Fadrique y los Señores de Tordesillas. Reúnen entre todos un ejército de 6.000 hombres, de ellos, 2.400 caballeros (jinetes). En Torrelobatón, a una legua de Peñaflor, se sienten inferiores, cunde el nerviosismo. Deciden partir, en la madrugada del 23 de abril, hacía la ciudad de Toro, buscando el amparo de sus murallas y de su ejército.
Al mando del Condestable, los realistas salen en su persecución. Cuando los ven cercanos ordena Padilla, guarecerse, para hacerles frente en Vega de Valdetronco. Los comuneros no oyen sus órdenes y antes de llegar a la aldea de Villalar, en medio de intensa lluvia, los alcanzan. No les da tiempo a los comuneros a desplegar su artillería y gran parte de sus jinetes huyen.
Las más de 2.000 lanzas reales a caballo van ensartando, como a quijotescas ovejas, a los infantes comuneros. No coinciden las fuentes: 2.000 bajas estiman las más certeras. El resto, huye y consigue llegar a Toro, de ahí, los más nobles, a Portugal, por Fermoselle.
En Villalar, todo el Señorío de los linajes castellanos, contentos de poder seguir disfrutando de sus privilegios, contempla impávido el degüello del líder toledano Juan de Padilla de 31 años; del segoviano Juan Bravo de 38, y del salmántino Francisco Maldonado de 32; todos de buenas familias; todos amantes de la justicia y de la libertad.
Todas las ciudades y villas castellanas, comuneras, sucumben, menos Toledo. Allá huyó el 24 de abril el capitán villalpandino, Bernardino de Valbuena con sus soldados leales, unas decenas. Doña María Pacheco, la viuda de Padilla, heroína de la resistencia toledana, le nombra su capitán. Junto al Obispo de Zamora – no consiguió que lo nombraran Arzobispo de Toledo-, resisten unos meses, hasta febrero de 1522. Valbuena consiguió huir a Portugal, a Acuña le apresaron en su huida y lo ajusticiaron.
Desde Villalar, fue a Villalpando, a la primera de sus villas, a la que se dirigió el Condestable. ‘Emberronao’ de venganza decapitó al alcaide de la fotaleza, alcaldes de la villa y regidores.
«Desde entonces ya Castilla, no se ha vuelto a levantar. Siempre añorando una Junta, o esperando a un capitán».
La batalla de Ampudia
La reelección de Juan de Padilla como Capitán General el 31 de diciembre de 1520, dio nuevos ánimos a los comuneros, que pensaron entonces en atacar la ciudad de Burgos, bastión del Condestable. Atacarían por el sur Juan de Padilla y el obispo Acuña, mientras que por el norte lo haría el Conde de Salvatierra, Pedro de Ayala, adherido a la causa comunera.
Un movimiento táctico de los realistas vino a retrasar la proyectada operación sobre Burgos. El 15 de enero de 1521 un contingente de fuerzas realistas comandadas por el navarro Francés de Beaumont y el asturiano Pedro Zapata salió de Tordesillas para tomar la villa de Ampudia, señorío del Conde de Salvatierra. Formaban el contingente unos 1.300 asturianos y 600 peones, con 170 lanzas cedidas por el Conde de Haro. Tras cruzar los Montes de Torozos,ocuparon la villa y el castillo de Ampudia sin mucha resistencia.
Reaccionaron de inmediato Padilla y Acuña aprestándose a reconquistar Ampudia. Las tropas de Padilla salieron de Valladolid la misma noche del 15 de enero, y el 16 se juntaron a las de Acuña en Trigueros del Valle. Sumaban en conjunto unos 4.000 hombres de a pie, algunos caballeros y abundante artillería entre la que destacaba un gran cañón llamado ‘San Francisco’. El 17 de enero ya estaban todos en Ampudia y, tras derribar un trozo de la muralla vieja y de la nueva, emprendieron la conquista de la fortaleza.
Viendo que los comuneros eran superiores en número y que venían con ganas de pelear, Beaumont y Zapata salieron de Ampudia por un postigo falso y se refugiaron en la villa de Torremormojón, feudo del Conde de Benavente, dejando en el castillo de Ampudia al alcaide con 70 hombres a caballo.
Mientras Acuña seguía con el asedio a la fortaleza, Padilla salió tras los fugitivos y puso cerco a la villa de Torremormojón, donde los vecinos ofrecieron fuerte resistencia. Entre tanto, Beaumont y Zapata, aprovechando la tregua de la noche, prosiguieron la huida en dirección a Medina de Rioseco.
El 18 de enero, pese a la fuga de los jefes realistas, Padilla continuó con el asedio y ya amenazaba con prender fuego a las puertas, cuando los torrejanos, saliendo en procesión de súplica, negociaron su rendición.
Retornó entonces Padilla al asedio de la fortaleza de Ampudia, donde los hombres que había dejado en ella Francés de Beaumont seguían resistiendo los fieros ataques del obispo Acuña.
Tras tres días de encarnizada lucha, el 19 de enero consiguieron por fin la rendición de los defensores del castillo, a los que se les permitió la salida de este con armas y caballos. Terminaba de esta forma la llamada ‘Batalla de Ampudia’, con caracteres muy parecidos a los de la que un mes más tarde, se libraría en el castillo de Torrelobatón, aunque esta sea más conocida por ser el preludio de la derrota definitiva en Villalar.
Recuperación de la fortaleza de Villagarcía de Campos
Manuel Danvila en su ‘Historia crítica de las Comunidades de Castilla’ aporta documentos sobre el espíritu belicoso y su fidelidad al rey del castillo de Villagarcía de Campos, plaza designada desde el S. XIV como Alcázar.
En los documentos se explicita: «También se había decretado el secuestro del lugar de Villagarcía y su fortaleza».
El 2 de octubre de 1520 se requirió personalmente a Gutierre Quijada, quien pidió traslado de la provisión y sintiéndose ofendido en su dignidad de caballero no contestó. Sin embargo, el 12 de octubre, por virtud de la Santa Junta y Cortes del Reino entró y tomó el castillo quedándose dentro de él.
El 6 de diciembre de 1520, en una carta narra la recuperación de la fortaleza. «Nosotros -dice- salimos a Villagarcía y combatimos la fortaleza que hay allí, en que habían dejado alcaide y gente de las comunidades; y tomámosla y restituímosla a Gutierre Quijada, entregándola a un hermano suyo que allí estaba».
Este carácter militar del castillo concluyó oficialmente, como el de los demás castillos, con la Guerra de las Comunidades, aunque en el caso del de Villagarcía siguió como residencia señorial en la que vivieron Doña Magdalena de Ulloa, Don Luis Quijada y el héroe de Lepanto, llamado de la Cristiandad, Juan de Austria, de niño, Jeromín.
El Razonamiento de Villabrágima
En la segunda quincena de noviembre, el cerco comunero de Rioseco era ya un hecho. En forma de intimidación un día se colocan frente a las murallas de la localidad y hacen alarde de sus fuerzas poniéndose en orden de combate. Con ellos van Pedro Lasso de la Vega al frente de la infantería de lanceros, ballesteros y escopeteros y, en los flancos, Pedro y Francisco Maldonado con la Caballería. Atrás del todo, los Guzmanes aguardan con la artillería: 13 cañones y 20 culebrinas.
Girón ordena la retirada al campamento de Villabrágima. Pareciera como si nadie en ambos bandos quisiera luchar, como si estuvieran esperando la oportunidad de terminar con el conflicto de manera negociada. Así lo interpreta el mismo obispo Acuña cuando ve llegar al nuncio del papa para entablar relaciones cordiales. El prelado impide su entrada.
El segundo intento de negociación tiene lugar el 25 de noviembre. A las puertas del arco de Villabrágima se presenta ese día el presidente de la Real Chancillería vallisoletana, Diego Ramirez de Villaescusa, para hacerles caer en la cuenta a los comuneros de los riesgos que corren y de su negro futuro: ni aun logrando vencer obtendrán beneficios, les advierte. Pero Acuña se muestra inclemente.
Que los gobernadores pretendían terminar cuanto antes y de buena manera con el enfrentamiento lo demuestra otra curiosa iniciativa del almirante, que entabló conversaciones con los comuneros de Tordesillas mediante emisarios enviados a Torrelobatón.
El tercer intento negociador desarrollado en Villabrágima fue mucho mas serio, el día 28, fray Antonio de Guevara se presentó en el atrio de Santa María, donde fue detenido por el capitán Larez. Llegaba con la misión de lograr una paz negociada. Frente a los jefes comuneros expuso sus credenciales de embajador de los gobernantes y dio rienda suelta a un largo y emotivo ‘razonamiento’. Comenzó por una larga lista de daños y perjuicios cometidos por los comuneros y terminó con un cúmulo de concesiones que sus jefes estaban dispuestos a otorgar. Pero no hubo remedio, implacable, el obispo de Zamora se dirigió a su colega de profesión y le espetó algo así como que los gobernadores prometían pero «el rey ha de hacer, si quiere….¿o no?, lo que es otra cuestión». Peores fueron las palabras de despedida: «Andad con Dios, padre Guevara, y guardaos y no volváis más por acá, porque si venís no tornaréis más allá y decir a vuestros gobernadores que si tienen la facultad del Rey para perdonar mucho, no tienen comisión sino para cumplir muy poco».
San Pelayo y los Comuneros
A comienzos del siglo XVI, el concejo y la tierra de Torrelobatón agrupa la villa y siete aldeas, cada cual con su propio concejo formando juntas la comunidad de villa y tierra, propietaria del valle. Una de ellas es la de San Pelayo. A las complejas relaciones entre la importante villa y las aldeas, se superpone el señorío jurisdiccional que ejerce el Señor de Torrelobatón y conde de Medina de Rioseco.
En esos tiempos se destaca la actual cuesta de Carremajada, en el término de San Pelayo, y el borde del páramo al que encabeza, como mesquería, punto privilegiado sobre el valle, donde los ‘mesegueros’ vigilaban las intrusiones indeseadas de ganado de labor o de los abundantes rebaños de ovejas en las mieses. Desde la mesquería de San Pelayo, testigos mudos de la historia presenciaron la única gran conquista de las tropas comuneras; la huida de vecinos y rebaños del valle, buscando el refugio del monte; el estruendo de la artillería golpeando desde las laderas, al otro lado del Hornija; la retirada de las fuerzas reales y los saqueos y festejos que se sucedieron; y la evolución del ‘valle comunero’ a lo largo de los siguientes dos meses: capital fugaz del movimiento, alojando a miles de milicianos voluntarios.
Desde las elevaciones de San Pelayo se dominaba el Camino Real que al norte comunicaba con la capital del Almirante atravesando un espeso encinar. Fueron sus laderas refugio de espías y vigías, de expectantes rebeldes lidiando con la incertidumbre a la espera de nuevas sobre la campaña en Burgos. Desde su posición privilegiada en el valle, los sampelayinos fueron testigos de los incendios desatados en el saqueo de la próxima Peñaflor de Hornija, punto de confluencia de las tropas reales.
Como sufridos convecinos, y huéspedes involuntarios de la tropa comunera, sabemos de sus pérdidas y sufrimientos gracias a los exhaustivos informes que para las reparaciones de guerra encargó el Almirante de Castilla. Y en la mañana del 23 de abril, contemplaron entre fina lluvia el lúgubre desfile de los restos del ejército de Padilla, siguiendo el curso del río. Apenas la mitad de los que llegaron a la toma del castillo, perseguidos de cerca por la caballería de los grandes señores, que desde Peñaflor desembocan en el valle, un torrente nunca visto en el cauce del Hornija, exultantes, como en una macabra cacería, ante la perspectiva de una fácil y gloriosa