El director del Museo de San Francisco abre los días de Pasión en Medina de Rioseco

Fotografías: FERNANDO FRADEJAS

Un viaje a través del pasado y los recuerdos en lo que es «el más maravillosos de los regalos que puede recibir un riosecano y cofrade»: el de ser pregonero de su Semana Santa. Una alocución que abrió este sábado los días de Pasión en la ‘Ciudad de los Almirantes’. Un acto que tuvo lugar en la iglesia de Santa María de Mediavilla ante cientos de personas y que presidió el paso de Nuestro Señor de la columna, titular de la hermandad del pregonero, la Flagelación.

El pregón del director del Museo de San Francisco arrancó con un bonito recuerdo hacia su padre, Antonio García Concellón, tristemente desaparecido, y al que nombró ‘copregonero’. «Sé que hoy estás aquí, conmigo, junto a mi madre, como siempre, dándome fuerza». Una persona que «me ha guiado en cada una de las palabras que voy a pronunciar». Quiso recordar a «aquel niño con pantalón corto que salía del Colegio San Buenaventura» para hablar de aquella Semana Santa que «eran días de vacaciones, pero sobre todo de pasos, amigos, procesiones, familia, bandas de música, horquillas, bollos y pastas, iglesias, cera, pasos de juguete, faroles, tapetanes, en un ir y venir por calles y plazas, siempre bajo esa capacidad tan infantil del asombro». Todo ello para hacer un recorrido desde el Sábado de Pasión hasta el Domingo de Resurrección.

García Marbán puso en valor «a las hermandades, el sentido indentitario e inmaterial de la tradición, su continuidad ininterrumpida a lo largo de siglos, la mejor y más completa escultura procesional del Barroco, la transmisión de la fe, las centenarias procesiones, la calle Mayor con sus viejos soportales, las iglesias catedralicias con sus deslumbrantes retablos, se dan la mano y conviven con el padre que coloca el pañuelo a su hijo, el sentido abrazo al mayordomo, el olor de la cera, el beso a la medalla  al acabar de vestirte la túnica, la secreta plegaria en el oído a rezar, el sabor de un bollo de aceite, la madre que observa al más pequeño de la casa sacar el paso donde tantas veces lo hizo su padre, los hermanos juntos bajo el tablero, las lágrimas por los que no están, el abuelo que ve pasar quizás su última procesión». Y es que «en nuestra Semana Santa convive lo más grande, lo más universal, aquello que puede ser compartido y contado, junto a lo más pequeño, lo más entrañable, lo más íntimo e interior».

Todo ello para vivir una Pasión que «no sería tan especial si no fuera porque porque está hecha por los riosecanos». Porque «la Semana Santa riosecana es vida y crea vida, y la vida origina historias, y las historias cimentan nuestra Semana Santa, que es como aquel libro de arena que imaginó Borges con infinitas páginas, porque siempre le estamos escribiendo».

Asimismo, el pregonero abogó por cuidar y respetar una Semana Santa que «es nuestra y tenemos que hacernos merecedores de ella». Sin embargo, esta tradición «también es de los pueblos de la comarca». Porque «tienen a Rioseco como su pequeña capital» Y por ello, «al llegar los días de nuestra Semana Santa, presencian nuestras procesiones, viven la tradición con cercanía y devoción, algunos incluso son cofrades, hacen suya nuestra Semana Santa, como lo hicieron antes sus padres y abuelos en una ligazón que se pierde en la memoria de los tiempos. Ellos también la hacen grande, algo que me enseñaron mis padres».