Fotografías: FERNANDO FRADEJAS
Medina de Rioseco vuelve a ser Semana Santa. Lo hace tres años después y tras dos Pasiones que no fueron. Mucho tiempo para una ciudad que respira tradición semanasantera por los cuatro costados. Y vecinos, cofrades y riosecanos pudieron al fin retomar su ‘semana grande’, que tuvo el punto de partida con el pregón, a cargo del riosecano y profesor de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid, Ramón Pérez de Castro.
La iglesia de Santa María se llenó para vivir el momento tan esperado en el que Ramón Pérez de Castro, ante la imagen de la Piedad, de la que es cofrade, pronunciara el pregón que anunció que esta vez sí, Medina de Rioseco volverá a sacar sus pasos a las calles. Antes de ello, el presidente de la Junta Local, Antonio Herrera, acompañado por el resto de mayordomos, recibió al pregonero en el Casino Círculo de Recreo.
Una vez en el templo riosecano, Antonio Herrera reconoció estar «expectante» ante un pregón que «será inolvidable, acaso todos los son, ya que no son más que la transmisión por medio de la palabra de un compendio de saberes, pero en el caso de hoy, de un amplísimo bagaje de riosecanismo, de paisanaje y de sentimientos vividos en primera persona, al calor de sus cofradías y de su familia».
Ramón Pérez de Castro debía haber pronunciado el pregón hace dos años, pero no pudo hacerlo al verse cancelados todos los actos a causa de la pandemia. En este sentido, reconoció que aquel pregón que tenía preparado para entonces «no fue y nunca será». Porque «quedó interrumpido y silenciado hace dos años y que ha tenido que ser reescrito por completo». Han sido «tres años y dos semanas santas viviendo en pausa, agotando la reserva de la añoranza. Han pasado muchas cosas». «Se nos ha ido demasiada gente querida y muchos conocidos a causa de la pandemia o del propio discurrir del tiempo. Es de justicia recordarlos ahora que estamos de nuevo juntos, preparando nuestro reencuentro a pesar de sus dolorosas ausencias».
El historiador acercó el sentimiento de aquellas noches de Jueves y Viernes Santo «sin pasos, sin traqueteo de horquillas y sin el oleaje blanco, negro y morado que puntualmente las inunda desde hace siglos… sin el rumor de las generaciones». «Cuánto dolor sin la Dolorosa y sin el hombro dolorido. Y cuánta soledad sin la Soledad y sin el frío del Viernes Santo al girar por la Puerta de Mediodía. Qué desnudo el mundo sin Desnudez y cuánto pecho lacerado sin Longinos. Y tú, Piedad, sin nosotros; y nosotros en ayuno permanente sin poder acompañarte. Y vosotros, mayordomos, atentos a la espera para servirlos a ellos y a todos».
Pero de aquella triste realidad nació otra lección: «tomamos conciencia real, casi medible, de la trascendencia que supone para nosotros como comunidad cumplir con el rito; de hasta qué punto este construye nuestra identidad, aquello que consideramos esencial. Y se oró sin oído a rezar. Y se encendieron los faroles desde los balcones. Y nos sentimos unidos, apiñados, a pesar de la diáspora. Todos fuimos emigrantes aún con la torre de Santa María ante nuestros ojos. Claro que hubo Semana Santa y no la olvidaremos aunque queramos que se pierda su recuerdo como lágrimas en la lluvia».
Así pues, y tras 62 pregones precedentes ya estamos por fin de nuevo ante el tiempo denso y luminoso de Semana Santa. Ya es Semana Santa». «Las puertas del granero están abiertas porque llegan los días santos. Cuando se abren las puertas de Santiago, de Santa María o de la capilla de los pasos grandes lo hacen para que salgan los pasos pero también para que entremos a renovar el diezmo contraído».
El pregonero hizo hincapié en «la sencillez que hace que afloren sentimientos y afectos sin poder reprimirlos, lágrimas sin contención expresadas con una verdad desnuda, pura, limpias como túnicas en el brazo camino del refresco. Lágrimas que resultan quizás imposibles en otros contextos y gritos del alma en el discurrir del desfile de gremios».
También, quiso hacer un recorrido por el vocabulario particular de los hermanos. «Nos gusta llamar a las cosas por su nombre, no hablamos de Atado a la Columna sino de Ceomico y, aunque últimamente oigo hablar del Señor de Rioseco, yo prefiero seguir tuteando a mi Nazareno por su sencillo y hasta malsonante mote, como siempre. Hasta la Virgen de Castilviejo es la pequeñita. Y tú, Piedad, ya sabes cómo te llamamos y con cuanto cariño. Porque a una madre no nos sale llamarla de usted; porque preferimos tenerte entre nosotros antes que en lejanos altares».
Asimismo, durante el pregón reivindicó algunos de los lugares emblemáticos y puntos de reunión de la Pasión riosecana. «La vida es un continuo cruzar puertas. Dicen que las de la capilla de los pasos grandes se abren desde dentro pero bien sé yo que el Viernes Santo se abren desde el corro de tanto mirarlas. ¿Verdad que esa plaza no es la misma por la que acabamos de pasar y por la que transitamos a diario? La del arco de Ajújar parece hacerse cada vez más apuntada con cada una de las rodilladas. Y aún hay hermandades que paran el desfile ante la casa del hermano…».
Muy emotivo también fue el recorrido que Ramón Pérez hizo por varias generaciones de cofrades en lo que fue «solo una pequeña parte de mi diccionario sentimental de caras». Y es que «qué grande es la Semana Santa al juntar en una mesa a generaciones tan heterogéneas y concertar las voces de los viejos maestros y los jóvenes oídos, ávidos de historias hasta llegar el alba».
Finalmente, reconoció que se esperaba «un pregón que sirva para animar al forastero a venir y a descubrirnos en estos días, pintando las excelencias de nuestro arte y dramatizando alabanzas. Yo no lo voy a hacer porque es innecesario». «Porque cada cofrade lleva un pregonero dentro que esparce por donde vaya su ilusión y su emoción a golpe de convicción y de verdad».
«Ya se han abierto las puertas de la Semana Santa. Limpiad las medallas y llevadlas con orgullo. No sé si, como escribió Díez Rumayor, los cristos y vírgenes de Medina de Rioseco son los más milagrosos. Cada pueblo tiene los suyos. Pero sí estoy de acuerdo con él en que, aunque «en todos los lugares de la tierra puede creerse en Dios, en ninguno se le reza mejor que en el propio lugar de cada uno». Cuánta razón tenía, Jesús de la Desnudez y Virgen de la Piedad. Cuánta razón tenía, queridos amigos», concluyó.